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Sigo leyendo a Léautaud, después de comer sobre todo ella tendida en el sofá y yo a la mesa con mi té sencha y acodado y pensando que con lo de la operación y los dolores remanentes hace bastante que no le como el coño, con lo que me gusta. Leo lo que escribe Espada sobre Léautaud. Pero. ¿La vida salir y entrar? ¿Dónde? Sólo la literatura permite entrar y salir, pero ya no es la vida. La vida sólo tiene una salida y es definitiva. Y luego lo de la intimidad triunfante. No sé. Yo echo en falta intimidad en Léautaud. ¿Se masturba? No lo sabemos. Y esa aventurilla que a veces menciona de pasada con un jovencito, qué, ¿se la chupó? ¿le gustó? ¿qué tiene que decirnos sobre ese hecho tan particular? ¿Nada? Me he leído ya quinientas páginas y aún no sé qué le gusta hacer con el Azote; a veces menciona sus vicios lo que hace con ella que no podría hacer con otras. Ya. Pero qué. Que quiera ver a Fernande Olivier desnuda es poca cosa, la verdad. Y además no creo que esté todo lo que pensó lo que imaginó lo que deseó mientras hablaba con ella. La intimidad es sexual, en gran medida. Lo que piensas sobre sexo, y haces, pero sabes que no se debe decir. De eso no hay mucho en el Diario. Al menos en estas quinientas páginas que he leído. Y hay que tener en cuenta que se trata de un hombre que pregona cada dos por tres que no le importa para nada la opinión de los demás. Bien. Por otro lado. Ya sé. Un hombre está en su época.
