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Estoy leyendo a la poeta Szymborska y me va gustando y de pronto en la página 199 encuentro este poema grande que señala, con la mayor precisión, el problema al que se enfrenta hoy el hombre civilizado: es el mismo problema de siempre su lucha contra el chimpancé. Véase España y sus tribus, y ningún general romano a la vista.
“Apenas mueves el pie y como de debajo de la tierra, de repente, Marco Emilio, los aborígenes.
En el centro mismo de los rútulos se atasca tu talón.
Entre los sabinos y los latinos te hundes hasta las rodillas.
Ya hasta la cintura, hasta el cuello, hasta las narices
estás de los ecuos y los volscos; Lucio Flavio.
Esas naciones pequeñas lo llenan todo hasta el aburrimiento,
hasta el hartazgo y la náusea, Quinto Decio.
Una ciudad, otra, la ciento setenta.
La obstinación de los fidenatos. La mala fe de los feliscos.
La ceguera de los ecetranos. La vacilación de los antemnatos.
La desgana ofensiva de los labicanos, de los pelignos.
Eso es lo que a nosotros, bondadosos, nos lleva a la severidad
detrás de cada nueva colina, Gayo Clelio.
Si no estorbaran, pero estorban,
Spurio Manlio, los auruncos, los marsos…
Tarquinos acá y allá. Etruscos por doquier.
Y encima los volsinios. Y también los veientianos.
Fuera de toda razón los aulercos. Ídem los sapianatos,
Sexto Oppio, más allá de la paciencia humana.
Los pueblos pequeños entienden poco.
La estupidez nos rodea y el círculo es cada vez más amplio.
Costumbres censurables. Leyes atrasadas.
Ineficaces dioses, Tito Livio.
Montones de hérnicos. Enjambres de murrucinios.
Multitudes, como insectos, de vestinos, de samnitas.
Cuanto más lejos, más son, Servio Follio.
Los pueblos pequeños son lamentables.
Su imprudencia necesita vigilancia
tras cada nuevo río, Aulio Junio.
Siento que todo horizonte me amenaza.
Así veo la cuestión, Hostio Melio.
Ante eso yo, Hostio Melio, a ti, oh Appio Pappio,
te digo: adelante. En algún lugar sin duda está el fin del mundo.”
