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Han puesto una estatua decapitada de Franco en Barcelona para diversión del populacho. La ha puesto la alcaldesa Colau y un fidelista argentino al que ha empleado la alcaldesa. A mí me parece bien lo de la estatua. Es verdad que si Franco viviera lo que habría en el lugar donde colocaron la estatua serían miles decenas de miles no cabrían allí los admiradores y adoradores de Franco. Franco era muy popular y muy querido en Cataluña cada vez que venía las calles retumbaban de aclamaciones y muestras de cariño, sólo hay que consultar las hemerotecas y los noticiarios de la época para comprobarlo. Como en toda España, en Cataluña se han inventado una resistencia contra Franco pero es mayormente eso, una invención. Como la resistencia francesa contra el nazismo. Lo que hubo en Cataluña fue amigos de Franco y admiradores de Franco y adoradores de Franco y colaboradores de Franco y mucha burguesía catalana haciéndose rica o más rica con Franco.

Un poco de relajo fidelista a costa de la inofensiva estatua del dictador está bien. La chusma ha de divertirse. Pero. Una vez retirada la estatua de Franco, si se quiere seguir entreteniendo a la plebe, ¿por qué no colocar una estatua de Jordi Pujol? Nada ha envilecido más a los catalanes y a los españoles naturalmente que veintitrés años de corrupción, autoritarismo, caciquismo, regionalismo y tribalismo del señor Pujol y su banda.

Ya que estamos en plan catarsis. A ver, venga, Pujol.

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