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Solito unos días y el derivar y el desasosiego consiguiente. Se incrementan y adquieren profundidad mis charlas con el gato y ahora además con un perrito que hemos adoptado lustroso y negro. Gran conversador. Y con sentido de la oportunidad, además, tan necesario. Cuando me pongo a escribir o a pintar se tumba en una camita que compramos para el gato pero que el gato ha ignorado siempre, y dormita, y se lamenta en sueños: también él la echa de menos. Sin embargo, si deambulo por la casa se acerca enseguida y camina a mi lado y hace todo lo posible por entablar conversación. Las charlas versan sobre asuntos varios y exhiben gran nivel intelectual ayer por ejemplo hablábamos de las patrias y del pueblo al que (dicen) uno pertenece y del lugar del que somos parte y de toda esa basura cobarde y me interrumpió con gran elegancia en cierto momento y trotó hasta el fondo del jardín e hizo una caquita, ya me dirán ustedes si eso no es sabiduría. Durante estas conversaciones, el gato se acerca y aunque no participa sigue atentamente nuestros argumentos. Y cuando baja el sol y la nata de su muerte se instala guardamos silencio, tres amigos a la intemperie, e intentamos con la mayor entereza posible enfrentarnos juntos a la oscuridad que nos lleva.

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© Juan Abreu, 2006-2019