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Miércoles, 29 de agosto de 2018

Y ya que el presidente Sánchez ha ido a Chile a reverenciar a Allende, tengo que decir que consideré una estupenda noticia que le pegaran unos tiros. Dicen que lo mató un cubano de su escolta. Pero da igual, si se suicidó o lo suicidaron, el caso es que salimos de él. Yo cuando eso estaba en la pavorosa y suspiré aliviado. Un lameculos de Castro menos, me dije. Magnífico, me dije. Y lo dije, claro, en voz baja y sin levantar el lomo del surco. Quería para los chilenos lo mismo que tenemos nosotros, me dije allá, en algún campo de trabajo forzado, en algún cañaveral, esperando en alguna inmensa cola. Quería convertir Chile en esto, me dije. Qué bien que alguien se lo impidió.

Después, me tocó construir casas para los chilenos de Allende, que salieron huyendo como conejos cuando cayó Allende. En unas brigadas proletarias, bajo un sol infernal, cargando ladrillos y batiendo cemento construía casas para los chilenos. Las construía, hambriento y vigilado. Para los chilenos. ¿Adónde iban a ir los chilenos sino a la isla pavorosa donde los entrenaron y los armaron? Y yo de constructor de casas para los cabrones chilenos.

Conocí a uno de ellos. Mitad guerrillero mitad terrorista, se vanagloriaba de haber matado (siempre decía ajusticiado) a burgueses, de haber asaltado bancos y el dinero para los Castro, para la Revolución Continental, naturalmente. La primera vez que vi un desodorante (mis pobres sobacos solo conocían el bicarbonato con alcohol) fue en esa nueva casa que construí yo y otros esclavos como yo para el terrorista chileno. Su mujer era amiga mía y le pedí permiso para bañarme un día en que no estaba el terrorista, que andaría en alguna misión, en algún bandidaje internacionalista. A veces me invitaba a comer mi amiga y yo volvía porque tenían ducha y compraban en la tienda especial para extranjeros y allí, en la casa del chileno y mi amiga, se comía, no se pasaba hambre como en mi destartalada casa donde raspábamos el moho (verde) que le salía al pan duro y lo tostábamos y le poníamos azúcar y esa era la cena.

Muy buena gente mi amiga. Pero un día me cansé de las gilipolleces de aquel gilipollas asesino y nos dijimos algunas cosas y mi amiga me dijo que el héroe chileno no me quería ver más en su casa. Es un tipo peligroso. Añadió. Así que no volví a la casa de mi amiga y esa fue la última vez que me pude duchar en Cuba y la última vez que visité a mi amiga.

Y eso es todo lo que tengo que decir del puto Allende.

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© Juan Abreu, 2006-2019