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Domingo, 8 de julio de 2018

La semana pasada fuimos a Begur e iban pasando los feos pueblitos del Bajo Ampurdán, nunca mejor dicho, y yo pensaba todo esto habría que bombardearlo y repoblarlo con japoneses (es mi última obsesión, ir repoblando el mundo con japoneses). Pero. Enseguida comprendí que sería peor porque los nacionalistas golpistas racistas catalanes cuando todavía no hubieran terminado de caer las bombas ya habrían convertido los pueblos bombardeados en guernicas con su árbol falso y todo y estarían incordiando los siguientes mil años lanzando griticos y lloriqueos y pataleando alguna danza ritual sagrada y llenándolo todo de cagadas amarillas. Qué horror, me dije.

Después llegamos a Begur y, para mi sorpresa, es un pueblo bastante bonito (la parte del centro, la periferia es espantosa) aunque completamente infectado. Dondequiera que se mira hay una cagada amarilla. Hasta un lugar de cubanos con banderitas cubanas me encontré fue una experiencia verdaderamente asquerosa ver las dos banderitas tribales y siniestras que eran sólo una y la misma banderita.

Y naturalmente hicimos allí lo que teníamos que hacer y nos largamos en cuanto pudimos.

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