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Jueves, 16 de noviembre de 2017

Comienzo otro Kertész, Sin destino. El autor se negaba a que la definieran como novela autobiográfica. Decía, con razón, que tal cosa no existe, o es autobiografía o es novela. Acabo de empezar pero me ha sorprendido su fuerza y su manera fisiológica de describir el mal. Me ha recordado a mi admirada Agotha Kristof, que hacía lo mismo. Dos húngaros. Me digo. Y está Márai que es verdad que dejaba un poco más de carnecilla perfumada en su prosa, pero que en sus diarios finales, los que escribe en California (creo que por estos diarios de Márai es que desprecio a tipos como Carrère con su no ficción tramposa y sus mariconadas de literato), llega a un ámbito semejante a este de Kertész y Kristof donde lo humano alcanza un resplandor entre musical y atroz. Recuerdo que tuve que hacer varios altos en la lectura. Me resultaba imposible no hacer esos altos por el dolor y la desesperación que me producía la lectura del diario californiano de Márai. Otro húngaro, por cierto.

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