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Mi amiga Zoé me manda su libro y lo abro para echarle un vistazo, porque me gusta manosear los libros y afuera la tarde es de un gris como de panza de pez y el leve invierno se posa. Hay una gran quietud. Todo invita al viaje así que me pongo a leer y un par de horas más tarde llego, emocionado, a la última página. Qué mujeres, es lo primero que pienso, qué personajes formidables. Se ha hecho de noche mientras permanecía en el país del libro y el gato ha trepado a la mesa y me mira con sus ojos humanos y hay en mi cerebro como una nueva fosforescencia que es en verdad ternura.

¿Cómo puede escribirse un libro tan luminoso con historias tan cubanas es decir tan sometidas al ambiente siniestro del fidelismo y a la miseria esencial que es el fidelismo? Bueno, la respuesta es simple: para escribir un libro así hay que ser un gran escritor, hay que ser Zoé Valdés.

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