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Comemos en el GRESCA un restaurante del que a veces salgo con hambre pero al que vuelvo siempre porque se come majestuosamente. Mi rubia preferida va de ocres tibios y tierras difuminadas y está para comérsela lo que haría si el mundo fuese como debe ser aquí mismo la tumbaría sobre la mesa. Pero. Bebemos un vino rojo francés una mala recomendación del chico que nos sirve aunque bien intencionada. En este lugar yo podría estar mil años tranquilamente comiendo y bebiendo y todavía hay quien dice que vivir mil años sería demasiado. En cierto momento mi rubia preferida su aspecto no es su mejor parte aunque muy buena parte, sino su cerebro, dice: La gente vive como si fuera a vivir varias vidas. Una gran verdad sin duda, yo nunca he entendido por qué la gente vive así dejando de hacer cosas como si fuera a tener otra oportunidad de hacerlas en otras vidas. Si tienes ganas de hacer algo no sé follarte a una kuwaití o chupársela a un negro (este último un deseo muy común del género femenino, todo hay que decirlo) trata de hacerlo en esta vida porque es la única que hay, y en eso llega el soufflé de huevo.

A mí el soufflé de huevo del GRESCA (mayor elogio no puedo concebir) me sabe a chocho tierno, en el punto exacto de limpieza no demasiado limpio un chocho demasiado limpio es un desperdicio.

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