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Nunca votaría por Donald Trump, por su peinado, sobre todo. No es que su cerebro sea gran cosa por lo que se y se escucha, pero lo considero secundario, jamás podría votar por alguien que se mire en el espejo por las mañanas y se vea ese bollo de perra en la cabeza y no haga algo al respecto. No sé qué, pero algo. Tampoco votaría por Trump porque habla como un patán, habla como un matoncillo de barrio sin el menor respeto por la inteligencia ajena y además pone unas caritas cuando suelta alguna monserga especialmente rimbombante que me recuerda a las caritas de chimpancé feliz que ponía Mussolini. Yo no puedo votar por alguien con esa cara de imbécil y esos ademanes de mamalón descerebrado.

El problema, es que del otro lado sólo está Hillary Clinton, una mujer desagradable y falsa y con el carisma de una tabla de planchar. Pero. Hillary tiene algo que hace que nos veamos obligados a votar por ella: no es Trump.

A los cubanos exiliados (y casi apostaría algo a que a los de la isla también) les encanta Donald Trump. Naturalmente. La falta de sentido común de los cubanos a la hora de elegir gobernantes es legendaria, como está más que probado. A los cubanos les encantan los demagogos histriónicos no pueden parar de salivar ante un demagogo histriónico y si este habla como un patán y cuando habla pone caritas de simio feliz a lo Mussolini y presume de tener los cojones más grandes que nadie (a lo Putin y a lo Castro), la suerte está echada.


Cortesías

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