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Comemos en casa de mi rubia favorita, calamares rellenos, cada día todo lo de mi rubia favorita es más apetitoso qué les puedo decir. Bebemos vinos blancos sedoso uno plumoso el otro y después un rojo descascarado en el buen sentido y una vez libre de la cáscara debajo encontramos una yema pulposa y consistente. Mi rubia favorita me abraza mientras estoy aún a la mesa y huele bueno bueno es mejor que no lo diga mi cerebro qué depravado.

Y ya que estoy en el cerebro hablamos durante la comida de esa gran invención suya, el yo, qué sería de nosotros sin esa invención y hablamos también del libre albedrío que no existe como se sabe pero sin cuya ilusión no es posible vivir. Al menos vivir sin enloquecer o suicidarnos, se entiende.

El té verde al final ni es té ni es verde ni nada y no sé cómo le perdono a esta mujer que no tenga sencha japonés. Aunque he de reconocer que después el oporto mejora considerablemente las cosas.

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© Juan Abreu, 2006-2019