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Jueves, 13 de diciembre de 2018

En la ducha lavándome el pito descubro que me he dado un golpe en la mano entre los dedos pulgar e índice en ese meandro y no sé cuándo me di el golpe, no sentí nada. Pero el golpe me ha producido una hemorragia subcutánea como del tamaño de una moneda de cinco centavos pero con la forma de la isla de Madagascar y espero la verdad que desaparezca pronto. Qué cosa, para un golpe que ni siquiera sentí, me decía mientras me secaba con la puerta abierta y al fondo del pasillo y la baranda el mar como de lajas y me paso la toalla por la cabeza y cuando vuelvo a mirarme la mano me doy cuenta de que es la mano de mi padre. Le vi a mi padre muchas manchas como esta que tengo en la mano y claro la hemorragia y su duración no tienen que ver nada con la intensidad del golpe sino con que mi mano comienza a ser la mano de mi padre la mano de un viejo.


Y más tarde, horas después del sentimental descubrimiento y caída la noche comiendo y bebiendo un Fagus fastuoso con los amigos estoy ofreciendo uno de mis soliloquios altisonantes e hiperbólicos mientras los demás intentan conversar y mi querida Cristina qué ingenua exclama pero tú no oyes a nadie hablas sólo contigo mismo y entonces interviene Ventura para aclararle que yo nunca hablo con nadie, que lo que pasa es que de vez en cuando hay algún gilipollas que cree que lo hago y me contesta. Cuánta razón.

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© Juan Abreu, 2006-2019