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Sábado, 20 de octubre de 2018

Mi gato negro se llama Petufo y viene por las noches a mi regazo, para que lo acaricie. Tiene una malformación de nacimiento y cojea de la pata trasera y en los inviernos lluviosos como a mi, le duelen los huesos. Tanto, que a veces se queja (tiene un maullido especial para quejarse) y tengo que llevarlo al veterinario para que le inyecten anti inflamatorios. Ayer Petufo se peleó con un gato blanco y salí con los perritos a intervenir y el gato blanco huyó pero, para mi sorpresa, Petufo lo siguió ferocísimo y continuó la pelea en el patio del vecino. Petufo es un gato casero y dulce y aquello me sorprendió. Volví al trabajo y al caer la noche regresó Petufo cojeando mucho de la pata delantera. Se quejaba y vi que tenía una herida una mordida tal vez. Aún así, vino a mi regazo a que lo acariciara. Hoy lo llevaré al veterinario. Pero lo que quería contarles es que aunque no me gusta que se pelee mi gato negro, acariciándolo, pensé que me gustaba que no se amilanara o evitara la pelea con el otro gato. Que no fuera un gato de la reconciliación y la paz un gato en plan amoroso con el enemigo. Si hiciera eso tendría que cambiarle el nombre y ponerle Aramburu, pensé, y me eché a reír.

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© Juan Abreu, 2006-2019