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Miércoles, 5 de septiembre de 2018

Voy al kiosko a comprar Robinson Crusoe de la colección de libros que está publicando el periódico. La traducción, que presumo buena, es de Julio Cortázar. Pero. Habrá que ver. Ahí está la traducción de Las palmeras salvajes de Faulkner, que hizo el gran Borges, y que es bastante mala. Y hablando de traducciones estoy releyendo El bebedor de vino de palma de Amos Tutuola en la traducción de José Rodríguez Feo, excelente. En Cuba, durante los años de la gran censura prohibieron a escritores como Virgilio Piñera, José Lezama Lima o Heberto Padilla publicar y hasta escribir, pero les dejaban, a veces, traducir. Pero. Ya desde mucho antes hubo un período de formidables traducciones cubanas, Novas Calvo traduce El viejo y el mar, Lezama traduce Lluvias, de Saint John Perse (la traducción de Lezama es mejor que el poema de Perse, por cierto) Virgilio Piñera el Ferdydurke de Gombrowicz y a Baudelaire, y Padilla a Eliot.

A veces uno se asombra de lo que esa isla pestilente y pavorosa produjo durante la República e incluso bajo el socialista Batista. Pero ya no queda nada.

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© Juan Abreu, 2006-2019