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Domingo, 19 de agosto de 2018

Hoy al amanecer he recordado la última vez que vi a Lydia Cabrera. Había dejado su apartamento en Coral Gables (María Teresa había muerto y a Lydia le costaba cada vez más valerse por sí misma) y se había mudado con la profesora Isabel Castellanos que la cuidó con devoción hasta el final. Isabel vivía en uno de esos barrios vallados apacibles y arbolados que eran por aquella época relativamente nuevos en Miami. Cuando llegué, Isabel me dijo que nuestra amiga estaba bien, pero que se apagaba. Encontré a Lydia en la cama, donde pasaba la mayor parte del tiempo, delgada y débil pero lúcida y los ojos tan extensos como siempre y sus manos venosas y manchadas y su sonrisa de quien ya sabe. En las paredes el retrato de su amada María Teresa y sus piedras pintadas sobre una mesilla. La habitación era agradable y confortable y el aire verde. Me senté al borde de la cama un momento y me dio su mano y nos dijimos frases de ocasión, supongo, la verdad es que no recuerdo lo que hablamos. Recuerdo eso sí su voz raspada y burlona al fondo donde importa su voz que ahora escucho.

Yo la quería.

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© Juan Abreu, 2006-2019