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Miércoles, 15 de agosto de 2018

En estos días el barrio de Gracia en Barcelona queda reducido a un orinal. Comienzan las llamadas Fiestas de Gracia. No es que el resto del año sea otra cosa, pero durante las llamadas Fiestas de Gracia, se nota más. Ya sólo se puede acudir a esas Fiestas de Gracia con careta antigás por la peste a orina y el hedor a porro y a vómitos y además está la contaminación visual. Los vecinos adornan las calles con enormes retratos de notorios asesinos como Arafat, el Che Guevara y Fidel Castro.

Aunque no lo parezca le tengo algún cariño al barrio de Gracia por mis primeros años en Barcelona cuando aún no era un orinal lleno de okupas y porreros cuando yo iba al cine Verdi y después de la película a comer a beber cerveza y a ver a las muchachas, que todavía no iban con el pelo cortado a machetazos ni llenas de pinchos en las orejas o argollas en la nariz como vacas ni parecían tener todas sarna ni iban vestidas como adefesios. También lo del cariño porque en mi novela satírica, Rebelión en Catanya, sobre el nacionalismo y las tribus (especialmente la catalana) hay una escena fundamental (la agonía de Adánico Florete) que tiene lugar en el barrio de Gracia, y esta es una de las escenas del libro que más me gusta. Y haré una confesión: así me gustaría morir. Lo de morir en una cama apaciblemente está muy sobrevalorado.

Qué bonito era el barrio de Gracia y ahora ya no es más que un basurero. Qué razón tenía Chinua Achebe todo se desmorona.

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© Juan Abreu, 2006-2019