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Domingo, 24 de junio de 2019

Estamos en el jardín. Suena el Cuarteto Cedrón y ya a los primeros acordes llegan los niños: si en una noche de San Juan no llegan los niños (los niños que fuimos) no es una noche de San Juan. Bebemos. Los vinos ordenados en capas ascendentes, qué refinamiento. La luz oro y grana. La mesa bajo el olivo. Mi rubia preferida rutilante y mi actriz favorita refulgente. Temblamos, claro, al sentarnos a la mesa, no vaya a ser que Espada no apruebe la paella. Ha ido a la cocina y esperamos su veredicto. ¡La aprueba! Y comemos y bebemos y brindamos con dulce alborozo bajo las ramas y bajo las estrellas milenarias. Tener un amigo que sabe siempre qué es lo mejor angustia a veces un poco, pero eleva el vivir a una categoría superior. Los niños que fuimos se meten entonces debajo de la mesa y desde allí cantan canciones de hermandad. El champán francés, la coca de Sacha. Y ya de madrugada agitamos una gran bandera de España el único país que hay en España y nos dejamos acunar por cierta melancolía y los niños comienzan a marcharse pero sabemos que regresarán. Mientras nos mantengamos vivos. Mientras nos reunamos cada año bajo el olivo y junto a la fogata.

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© Juan Abreu, 2006-2019