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Dos ladrones entran en la casa de Jacinto a robar, lo amenazan con una pistola y golpean a su mujer para obligarlo a entregar lo que tenga de valor. Jacinto, mediante una artimaña, logra hacerse con un arma y después de disparar al suelo para amedrentarlos, efectua un segundo disparo que mata a uno de los ladrones. Y bien. Han condenado a Jacinto. Dice el jurado que lo condena porque “podría haber utilizado otras alternativas igualmente efectivas para salvaguardar su integridad física y la de su esposa, evitando la muerte del fallecido”. Yo estoy de acuerdo. Y se me han ocurrido algunas de esas alternativas. Por ejemplo, bajarse los pantalones y ofrecer su anciano culo de ochenta años a los ladrones, por si hubiera entre ellos algún aficionado a los culos viejos. O, pedir a su mujer (es verdad que la habían apaleado, pero la situación bien merecía una muestra de buena voluntad de parte de los atracados), que le hiciera una mamada a los ladrones, a ver si así, haciéndolos sentir más a gustito, renunciaban a sus aviesas intenciones. La alternativa ideal para mí, sin embargo, sería, que los integrantes del jurado que ha condenado a Jacinto, hubieran estado presentes la noche del atraco, y fuesen ellos los que le hicieran la mamada, por turno, se entiende, a los dos atracadores. Pero esto es imposible, por motivos obvios.

Pobre Jacinto, tan mayor y sin saber que en estos casos es mejor dejarse matar que defenderse y tener que enfrentar a la Justicia socialdemócrata española.

La madre del ladrón muerto reclamaba 76.000 euros de indemnización a Jacinto, pero sólo le han otorgado 20.000.

Estará desolada.

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