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Jueves, 23 de noviembre de 2017
Voy por los espejos parisinos del poeta Irazoki y digo parisinos porque estas prosas no podían haberse escrito en ninguna otra ciudad. Bueno. En Lisboa, tal vez, ahora que lo pienso. Son ciudades musicales por eso lo digo. Irazoki ama la música y se nota en lo que escribe y en la manera que tiene su escritura de meterse en los intersticios de la vida como sólo la música puede porque la música es sobre todo agua, ¿no? Me decía Lydia Cabrera allá en Miami hace muchos años que la inteligencia es una forma de la bondad. No sé si esto es cierto, tengo mis dudas, pero leyendo hoy a Irazoki sí que creo que la escritura puede llegar a ser una forma de bondad.
Son cerca de las cuatro de la tarde y afuera hay una luz llena de pequeñas mordidas y llena de una saliva sonora.