3389

19 de octubre de 2017

Despierto en la madrugada y cae un gran aguacero. Antes me gustaba tenía otra relación con el aguacero. Esto, en uno de mis libros:

Lo primero el olor. Lujurioso y triste y cargado de resonancias. El fulgor de los relámpagos, el restallar de los truenos. Campeón que tiembla y jadea como un poseso y corre a refugiarse bajo la cama o entre los brazos de Mima. Los ojos desorbitados por el terror. Crece el pisotear de legiones, el galope de innúmeras manadas. El aire es rojo y eléctrico, la atmósfera cortante. El cielo una navaja antes que lleguen los nubarrones: esa negrura de plomo ensangrentado que se abalanza sobre el barrio.

La tierra, a los primeros impactos reverbera y se abre. Las aves vuelan a refugiarse bajo los aleros, los perros aúllan y la gente se apresura hacia las casas o busca refugio en el portal de la bodega. Pipo ha cubierto las jaulas de los tomeguines, el canario y el azulejo con trapos. Entonces, de súbito, nosotros asomados a la ventana, esperando, se desata el aguacero. El mundo desaparece tras una cortina gris y espesa. Todo tamborilea. Las planchas de zinc, el techo del gallinero, crujen bajo el aluvión de proyectiles. En segundos, el patio es un barrizal primero y una laguna después. El melocotonero bulle, las hojas del almendro caen cercenadas por los goterones. Los olores ahora son muchos y están inyectados de secreciones y cópulas insospechadas. En las tejas del techo resopla un esplendor no por conocido menos fulgurante. La lluvia es un niño, lo entendemos sin aspavientos cuando las primeras andanadas se sosiegan y queda la precipitación copiosa y coordinada, el alma del aguacero. Ya no truena ni relampaguea, solo mares cayendo de plano, meticulosamente, y hay un río en la calle que fluye y va a engrosar el de la Calle Primera y es en ese momento que nos desvestimos y salimos barquitos de papel en mano, bajeles que duran muy poco en las tormentosas corrientes y naufragan no sin honor, y saltamos a los agujeros de las tuberías de F y nadamos y retozamos como criaturas de las aguas y Mima que grita sobre el estruendo ¡Niños que se van a enfermar! y Pipo que como es domingo y no está en el trabajo sale al portal y se ríe y dice déjalos que el agua de lluvia nunca ha matado a nadie. Y como ya no truena, Campeón ha salido también al portal y menea la cola su terror a los truenos olvidado y ladra para acompañar nuestras cabriolas. Y Negrito más atrevido sale bajo la lluvia y chapotea a nuestro alrededor. Todo es blando pasado por las aguas cuando escampa y el aire es tan límpido que parece de cristal.

Pero ya no. Será porque ahora me parece que la lluvia está de alguna manera mucho más cerca de la muerte que el sol.

Comentarios

© Juan Abreu, 2006-2019