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9 de octubre de 2017

Ayer publicó el periodista Espada un artículo formidable y en él llamaba al señor Millo, delegado del Gobierno español en Cataluña, “Liliputiense” y mencionaba el paso “brillante” del señor Millo por el nacionalismo catalán y por los negocios del nacionalismo catalán. Y como el periodista Espada es un hombre que no habla por hablar me parece pertinente, qué digo, urgente, que el señor delegado del Gobierno el señor Millo, explique cuál es ese paso suyo brillante por el nacionalismo catalán y por los negocios del nacionalismo catalán. Debe explicarse el señor Millo y debe explicarse ya. Porque si no se explica comenzaremos a pensar (yo ya lo pienso), que la actitud cobarde y rastrera que ha tenido el señor Millo hacia la sublevación de los nacionalistas racistas catalanes (ha llegado a pedir perdón en nombre del Gobierno español, a los sublevados) obedece a alguna oculta razón. Tanta vileza, tanta abyección y tanta miserable complicidad con los golpistas y con los sublevados nacionalistas racistas ¿es casual? ¿Obedece simplemente a la liliputiense altura moral del señor Millo, o tiene que ver con ese paso por el nacionalismo y los negocios del nacionalismo, a los que refiere el periodista Espada?

Pregunto.


(15:10, p. m.)

Ah, y el discurso de Borrell. Escucho ditirambos varios. Bueno. Para empezar, los manifestantes teníamos derecho a pedir prisión para el sublevado Puigdemont. Nos asiste la Ley. Lo que es de mal gusto es no cumplir la Ley. Sólo estábamos solicitando que se cumpla la Ley. ¿Es eso inadecuado? Sólo en una dictadura, creo. El discurso de Borrell fue el típico discurso socialista, algo llorica y lleno de superioridad moral socialista. Pero lo peor fue su naturaleza tribal. Borrell empezó su discurso con dos de las mentiras más socorridas del tribalismo catalán: Cataluña es un país, y los catalanes son ciudadanos catalanes. No es verdad. Sólo hay ciudadanos españoles. Sólo hay un país, España. Y Borrell lo sabe. Supongo. Por otro lado, que el político Borrell clausurara el acto con sus espumillas tribales y su chascarrillo del cava fue algo insólito puesto que en la tribuna estaba Mario Vargas Losa. Un referente de los ciudadanos libres e iguales del mundo. El acto libertario debería haber concluido con el limpio y magnífico llamado a la cultura y a la modernidad ciudadana de Vargas Llosa, no con el lloriqueo identitario (y a fin de cuentas tribal) de Borrell.

Borrell redujo todo a la sensiblería de la identidad ¡y el catalanismo dialogante! Que nunca ha existido, que siempre ha sido una trampa del chantaje nacionalista, una manera de gobernar y de preparar la futura subversión antiespañola mediante la extorsión del resto de los españoles. No sé a quién se le ocurrió poner a Borrelll a cerrar el acto. Desde cuándo un intelectual de segunda (seamos serios, Borrelll sólo destaca porque opera en el desierto) se antepone a un Premio Nobel como Vargas Llosa.

Sólo en Cataluña.

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