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28 de septiembre de 2017

Me escriben varias amigas algo alarmadas por lo de mis sueños húmedos con la diputada Anna Gabriel. ¡Sueños húmedos! Un hombre como usted, de buen gusto. Dice una. Esa mujer, qué horror, dice otra. Pero. Quién es perfecto. El asunto es que yo creo que la señora Gabriel tiene una gran hembracidad. (Para enterarse de lo que es la hembracidad, aquí). Y eso es muy atractivo. Y encima, como si fuese poco, la hembracidad de la señora Gabriel, creo, tiene un algo sucio (ojo a la boca, hagan caso omiso a la nariz de porrón o al corte de pelo estilo mordida de burro, olviden su risa psiquiátrica). Y eso aumenta su atractivo. Al menos para un hombre como yo, que entiende que el sexo (en una justa medida) si sucio, mejor.

A ver. Me explico. Un coño limpio, muy limpio, pierde su encanto. Eso lo sabe cualquiera. Ha de tener el grado de suciedad adecuado. Esa es una verdad universal. Al que no le guste un coño oloroso que lance la primera piedra. Aunque. Hay límites. Y si se supera ese límite ya el coño en cuestión se hace inabordable, hasta para un hombre como yo, de miras amplias, digamos. Sueños húmedos con Anna Gabriel. Sí. A veces. Tengo que reconocerlo. ¡La carne es débil! Que diría un literato.

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