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30 de agosto de 2017

Los dos principales partidos políticos españoles, PP y PSOE, han preferido siempre y hasta el día de hoy, aliarse con los nacionalistas vascos o catalanes, que gobernar unidos por el bien de los españoles. Lo han hecho contra los intereses de los ciudadanos españoles. Estas alianzas con los nacionalistas catalanes y vascos han provocado la entrega de competencias básicas para la igualdad y la libertad de los ciudadanos españoles y para la unidad de España, a los partidos nacionalistas catalanes y vascos. Partidos antiespañoles, eso nadie lo discutirá. Es posible que en las dos primeras décadas de vida democrática española, PP y PSOE albergaran honestas esperanzas respecto a la fidelidad a España, de los nacionalistas catalanes y vascos, pero transcurrido ese tiempo, a no ser que los dirigentes de ambos partidos fuesen prácticamente subnormales, esa presunción es indefendible. Lo sabían. Sabían que los nacionalistas vascos y catalanes eran, esencialmente, enemigos de España, y sabían que trabajaban contra España y contra los ciudadanos españoles, a los que consideraban (y consideran) inferiores; y sabían además que con cada competencia crucial (educación, seguridad) transferida a los nacionalistas antiespañoles vascos y catalanes debilitaban la unidad de España. No cabe otra conclusión. Lo sabían. Pero continuaban pactando y cediendo parcelas de poder español a sus enemigos vascos y catalanes. ¿Irresponsabilidad? ¿Ambición? ¿Mediocridad? ¿Desidia? Tal vez. Pero yo creo que la palabra que mejor describe este contubernio de los políticos del PP y el PSOE con los nacionalistas antiespañoles catalanes y vascos, es la palabra traición.

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