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4 de agosto de 2017

Hay unos peñascos frente a España que son unos peñascos de España y nada más, pero hace poco se han declarado naciones, creo, o principados o algo por el estilo esos peñascos. No se extrañen si dentro de poco se declaran reinos imperios planetas constelaciones o galaxias. El idioma español es casi lo único valioso en todos aquellos peñascos. Yo he estado en esos peñascos y son poco más que un pedregal y un mar frío y lo único valioso, repito, que hace a esos peñascos parte significativa del planeta es el idioma español. Deberían dar gracias los que viven en esos peñascos por usarlo y vivir orgullosos de ser españoles y agradecidos y celebrar que tienen el idioma español. Pero. Lo acorralan y menosprecian y desean imponer una jerigonza menor y ser parte de unos países imaginarios y no, en ningún caso, qué asco, parte de España y su gran idioma. No hablaría de estos peñascos si no fuera porque son esos peñascos la metáfora perfecta de la España de hoy: una entidad cada día que pasa más inexistente y más fantasmagórica.

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