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19 de julio de 2017

Mi padre era un gran cazador. A veces, no muchas, algún domingo, porque se pasaba la vida trabajando, reunidos alrededor de la mesa los cuatro niños y cediendo a nuestros ruegos cazaba moscas al vuelo. En mi casa siempre había moscas y se posaban naturalmente en la vieja mesa de madera. Vamos Pipo, vamos, decíamos y él nos miraba con cierta socarronería como haciéndose de rogar. Pero sabíamos que no, que le gustaba que se lo pidiéramos. Y quedábamos expectantes e inmóviles y entonces él descansaba todo el antebrazo y la mano sobre la mesa y esperaba a que alguna incauta se posara a su alcance. Cuando sucedía, con un movimiento fulminante la atrapaba la mosca siempre echaba a volar son rápidas las cabronas pero no le servía de nada en el aire la mano de mi padre se cerraba y a continuación colocaba su puño ante nuestros ojos asombrados, y nos brillaban los ojos pero cómo puede cómo lo hace es el mejor qué velocidad y a él también le brillaban los ojos aunque lo disimulaba bajo la sombra de las pestañas: tenía las pestañas largas mi padre. A ver a ver gritábamos nosotros y luego de una estudiada pausa él abría la mano y la mosca medio aturdida salía volando un poco a trompicones entre nuestros alborozados aspavientos. Gran cazador, rey de las praderas y de las junglas, mi padre.

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© Juan Abreu, 2006-2019