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16 de julio de 2017

Me levanto de madrugada a orinar y ya no veo a la ballena y estoy triste porque creo que no volverá. Cierta vez hablaba con un amigo no recuerdo si fue en el jardín o en las playas andaluzas o fue en una cena qué más da y él decía que sí, que la vida, pero que a veces uno siente como una necesidad de descansar, de apoyar la cabeza y cerrar los ojos y acabar, esas fueron sus palabras, y yo respondía que no que la vida el simple hecho de estar vivo pertenece a una categoría insólita no se puede renunciar a eso por muy cansado que uno esté. Que lo está, no se puede negar. Yo argumentaba aquella vez con la pasión que me caracteriza a favor del seguir vivos, pero hoy de madrugada mirando la oscuridad desde la ventana del baño he pensado que mi amigo tenía razón. Descansar. Apoyar la cabeza, cerrar los ojos al fin.

Estoy arriba en mi estudio escribiendo esto y en el momento justo en que pongo la palabra fin, comienza a sonar abajo en la cocina donde Marta prepara un salmorejo Recuerdos de la Alhambra de Tárrega y de alguna manera toda elucubración sobre la vida y la muerte deja de importar, no sabría explicar por qué.

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