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27 de mayo de 2017

Rafael Alberti. Un poeta de confeti y cascabelitos. Un oportunista sovietizado y un fidelista y un mierda que diría mi madre. Un floripondio, que sabía muy bien que lo único que no puede hacer un intelectual si quiere tener éxito es pelearse con la izquierda. La izquierda protege a sus perritos falderos. Eso se sabe y lo sabía muy bien Alberti.

Vuelvo al marinerito porque leo un artículo de Antonio Lucas dedicado a María Teresa León, mujer de Alberti. Y aún por debajo de la tonelada de azúcar propia de la escritura de Lucas (que cada día parece más un repostero), se aprecia perfectamente la vileza de Alberti. Cómo se comportó con su mujer enferma, bastaría para retratar a Alberti. Pero. Véase lo sucedido con Miguel Hernández, poeta. Alberti pudo ayudar a escapar de Madrid a Hernández, y así salvarlo de la sangrienta vulgaridad franquista, pero lo dejó en la estacada y eso al final le costó la prisión y la vida a Hernández. A esa infamia Lucas la llama “un eco de penumbra”. Es una poética manera qué duda cabe de lavarle la sucia jeta a Alberti.

Por qué mujeres superiores (aunque era comunista, una bajeza tal vez comprensible en su época) como María Teresa León, se conforman con ser segundonas de miserables postalitas felones y canallas oportunistas como Alberti es algo que siempre me ha costado entender.

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