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Llevamos al perrito a la Barceloneta a conocer el mar. Un perrito listo. No se acerca. Se detiene a cierta distancia y lo mira receloso. Sabe, supongo, que se congelaría si se aventurara ahí dentro o sería devorado por uno de los osos polares que nadan cerca de la orilla. La arena sí que le gusta. Corre se revuelca y escarba. Paseamos. Llegamos a la playa nudista. Se mezcla la gente vestida y los nudistas con tal naturalidad que me digo cuánto nos hemos civilizado, incluso familias con niños y niñas junto a hombres y mujeres en pelotas y todo normal y natural. Hay un gran gentío. Y va en aumento. Yo antes pensaba que Ortega era medio idiota por aquello que dijo de que no entendía qué iba a hacer la gente en tropel a la orilla del mar. Pero ahora creo que lo comprendo.

Pasa una gorda y parece la alcaldesa, pero después veo que no.

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© Juan Abreu, 2006-2019