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Hay un muro gris que oculta las montañas y es como el corte de una filosa herramienta a lo largo de todo el horizonte. Ayer y hoy he escrito un poco en la novela miamense que la tenía abandonada y me he prometido (es un decir) terminarla este año. Ese filo nublado y su manera de cortar el horizonte juega a favor de mi escritura, pienso, no sé por qué. Tengo junto al teclado el volumen de cuentos de Perrault con las ilustraciones tan bellas de Gustavo Doré una edición cuidadísima y en la portada una escena muy importante para el ambiente de mi historia: aquella en la que se ve al lobo feroz y a Caperucita compartiendo cama momentos antes de que el lobo que ya ha devorado a la abuela de Caperucita devore a la niña también. Es una imagen fascinante por la ambigüedad (y por la obscenidad) que de sus protagonistas emana. Es evidente que la niña no puede ignorar que es el lobo quien yace a su lado pero lo mira con una expresión que casi da miedo descifrar.


Cortesías

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© Juan Abreu, 2006-2019