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Estuve empaquetando los cuadros que irán a Bruselas y después, con mucho cuidado y hasta con ternura, fui metiendo los ciento veinte retratos que se exhibirán allí en una caja. Iba mirando los rostros la gran mayoría rostros de gente joven, muchachos universitarios que en cuanto la dictadura comenzó a tomar forma se unieron a grupos clandestinos y se armaron es decir comprendieron enseguida lo obvio, que la dictadura de los Castro sólo entiende y respeta el idioma de la violencia. De ahí que murieran peleando. También pasan por mis manos rudos rostros campesinos, cubanos que también entendieron sin mayores dificultades lo evidente y se armaron y se fueron a las montañas a combatir a la dictadura. Y allí murieron como hombres y mujeres libres. Pasan por mis manos y los voy mirando y entiendo perfectamente que cubanos así ya no existen. Que nadie se engañe, esa es la gran victoria del castrismo. Ahora sólo hay cubanos lloricas que moquean (cobrando, de ser posible) para que los norteamericanos peleen por ellos y derroten la dictadura, en caso de que eso sea lo que verdaderamente quieren los cubanos de hoy, cosa que a veces dudo.

Qué gran honor para mí haber pintado y estar pintando a estos cubanos de antes que sabían que la libertad tiene un precio y hay que pagarlo. Cubanos que ya no existen, repito, ahora sólo hay lloricas y cubanos felices de ser esclavos y que no sabrían lo que es ser libre y comportarse como hombres y mujeres libres ni aunque alguien les restregara la libertad por la cara.

(Con las excepciones de rigor, como siempre en estos casos).

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© Juan Abreu, 2006-2019