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Miami (7)

Conozco a Arturo Rodríguez desde que llegué a Miami y recién llegado exhibimos juntos en la librería de Nancy Pérez Crespo, cuando eso yo vivía en el garaje de la buena Hortensia y pintaba en planchas de masonite porque no tenía dinero para comprar tela donde pintar. ¿Qué habrá sido de los cuadros que vendí aquella noche? Arturo me enseña sus obras más recientes soberbiamente kafkianas y sus portentosas acuarelas: en el agua se demuestra lo que es un verdadero pintor.

Demi, también pintora, y mujer de Arturo, ha cocinado (quiero decir destilado) un plato delicioso, arábigamente condimentado, y me invita a comer y bebemos vino rojo, naturalmente. Después me muestra algunas telas de su serie Angels Hide Their Faces y en ellas niños que han muerto en accidentes con armas de fuego en USA: son cuadros en los que la muerte es rosada y hay una furia remolona y maternal que refulge por los rincones. Los niños deberían estar muertos pero el arte es una gran cosa y los niños que pinta Demi no sólo viven sino que viven en una forma de vida superior.

Hablamos de pintura y de lo que queda de la pintura en el mercado de la pintura y de cómo para ese mercado no existen los pintores anticastristas, sólo los castristas existen para ese mercado norteamericano y para los museos norteamericanos: la decencia es una mercancía averiada en ese mercado del arte. Y los coleccionistas norteamericanos viajan a Cuba constantemente a comprar cualquier bodrio de allá que la pintura cubana es la castrista (por acción u omisión), dicen.

Y al final de la visita Arturo me regala The School of Night, un libro de sus dibujos en los que puede verse al pintor emboscado en la noche desenredando las sombras y estoy seguro de que cuando ninguno de nosotros ya exista estos dibujos darán sentido a lo que fuimos e incluso llegarán a iluminar tal vez la oscuridad de la isla.

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