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He visto a posteriori el acto de los fidelistas. Espeluznante. Una mujer (que como hembra joven estaba bastante buena, todo hay que decirlo) chillaba unos versitos de aguamanil de Alberti, y después venía Errejón, qué mamalón hubiera dicho mi padre. Producían pavor los gestos y la retórica parda y el mal gusto, y la vulgaridad y la estética chavista y el ambiente general que apestaba a matones del partido. Las consignas más asquerosas del castrismo cantadas como si fuera una gracia, las consignas de los populistas y de los rojos asesinos como si fuesen una gracia. Y la cancioncita siniestra de los Quilapayún, a quienes recuerdo en Cuba lamiendo el culo a Fidel Castro y comiendo langostas en medio de los cubanos hambreados. Yo trabajé como obrero esclavo construyendo edificios para la crápula chilena entrenada por los Castro que huía a Cuba después del golpe de Pinochet. Conozco a esa gentuza cuyo propósito a fin de cuentas era convertir a Chile en otra Cuba. Y por eso la musiquita quilapayún me daba ganas de vomitar, naturalmente.

¿Y a esa mugrienta y sanguinolenta diarrea ideológica han votado cinco millones de españoles? Me preguntaba mirando el aquelarre fidelista lleno de asco. Y un tanto aterrado, he de confesarlo.

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