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A veces me detengo a mirar las paredes de la casa llenas de fusilados de los Castro. Antes tenía otros cuadros colgados pero los he ido quitando, los fusilados de los Castro lo han invadido todo y reinan. Es un espectáculo vivificante, contra lo que pudiera imaginarse. Este es mi mayor triunfo, creo. Uno los ve tan llenos de color y mirándote como te miran confiados (llenos de una confianza de la que carezco). Llevo más de dos años ya pintándolos y he gastado mucho tiempo (y dinero, pintar es carísimo) en mi 1959 para que ese año, 1959, quede en la historia del arte cubano, como sinónimo de crimen y de crueldad y como lo que es en verdad: fecha del comienzo de todos nuestros males miserias padecimientos y abyecciones.

Quién iba a decir a los cubanos (quedan excluidos los cubanos de menos de cincuenta años ya completamente fidelizados y sin recuerdos de un país libre) que llegarían a añorar a un Batista y a desear que no hubiera sido derrocado. Mil veces, qué digo, un millón de veces mejor la Cuba batistiana, un millón de veces mejor un dictadorzuelo ladrón y criminal pero a fin de cuentas trivial que la perfecta máquina de horror, vulgaridad y degradación física y moral que han instaurado los Castro.

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