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Los libros se amontonan, espera Chateaubriand y espera Mapa dibujado por un espía que no pensaba leer pero que mi hermano me ha dicho que sí, que hay que leerlo. Y aún Franco (la biografía de Preston) espera y Gibbon que me ayudará a entender las claves del suicidio de Europa.

Yo leo mucho en los trenes y en el último viaje leí La tarea del artista de Karl Kraus y Egon Schiele en prisión, un librito sobre los días que pasó Schiele en la cárcel acusado de pornografía e inmoralidad, que como se sabe son los nombres que la estupidez y la hipocresía humana dan a la intrepidez moral. En el tren también leí el libro del poeta Villegas, Cubano, demasiado cubano, que recomiendo mucho. Villegas es de los pocos de la tribu que tiene una mirada irreverente y desencorsetada de la historia de Cuba. Me pasó que lo leí en medio de Cabrera Infante y ayudaba estupendamente a ver los lugares comunes cerebrales en el discurso de Cabrera Infante, que no para de hablar de los horrores de la dictadura batistiana y no le cabe duda de que la llamada Revolución fue necesaria (yo creo que no), mientras se pasea por una Habana maravillosa que sin duda es una Habana batistiana. Hay muchos motivos para leer el libro de Villegas, pero yo lo hubiera leído sólo por la portada. Una portada extraordinaria que es un retrato de Luis Posada Carriles, uno de los pocos cubanos que entendió que la única batalla efectiva contra el castrismo es la batalla contra el cuerpo de Castro.

El mayor triunfo del castrismo es haber convencido a sus enemigos de que la batalla contra el castrismo es una Batalla de Ideas. El castrismo siempre ha sabido que tiene que eliminar los cuerpos de sus opositores (cárcel, muerte o destierro), al tiempo que nos ha disuadido de que hay que derrotarlo en una inexistente Batalla de Ideas. Es decir nos mata mientras nos asigna un campo de batalla fantasmagórico que no es más que una trampa y una ilusión.

Por eso ha ganado.

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