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En el tren, voy leyendo a Karl Kraus.

La mediocridad se revuelve contra la eficacia.

En la épica siempre hay algo de helada superficialidad.

¿Por qué razón el público se muestra tan insolente con la literatura? Porque ese público conoce el lenguaje. Las gentes se lanzarían contra las otras artes si estas tuvieran un medio igualmente comprensible para hacer música, para embadurnar con pinturas o para revocar con yeso. La desgracia reside en que el arte de la palabra trabaja con un material que la gentuza manosea a diario.

El lector inteligente alberga la mayor desconfianza contra esos narradores que vagan por lugares exóticos. Lo mejor que puede ocurrir es que no hayan estado allí. Pero en su mayoría son de tal calaña que han de hacer un viaje para contar algo.

Ya no hay cerebros así.

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