1982

Estoy toda la tarde con una cabeza de Líder que se deshace. Estalla, más bien. Como si alguien (yo, por ejemplo) le hubiera metido una granada en la boca y, después de haberlo atado al hermano y al resto de la familia para salir de una vez de toda esa mierda, la granada estallara.

Aunque. Por momentos, sentado en el helado crepúsculo mirando el cuadro me parece que más que explotar la cabeza del Líder se derrite. No estalla, se derrite. Y al perder así su definición y sus contornos se hace evidente que su definición y sus contornos y naturalmente su consistencia siempre han sido de muñeco de goma o de plástico o de lo que sea que se hacen los juguetes.

Y al desmoronarse o más bien fundirse la nariz y la gorra y los cabellos parecen falos como es lógico porque en los líderes hasta la muerte es fálica y así ha de verse.

Comentarios

© Juan Abreu, 2006-2019