1973

Israel (5)

Si se quiere visitar el manicomio más singular del mundo, hay que venir al Santo Sepulcro. Atravesamos las feas callejuelas de la ciudad vieja y y llegamos al escenario de la crucifixión muerte y resurrección de Jesús. Dicen. No más entrar, uno se encuentra con la piedra donde prepararon el cuerpo de Jesús para la sepultura. Dicen. Allí la multitud se postra y frota contra la piedra sagrada toda suerte de objetos, trapos, joyas, libros, amén de besar la piedra y tocarla y verter en ella una especie de aceite o colonia de olor dulzón. A la derecha, hay una escalera que sube al lugar donde (dicen) crucificaron a Jesús, el famoso Gólgota. Allí sigue la cola de gente que se agacha y mete la cabeza debajo de una especie de cubículo donde estuvo (dicen) prisionero Jesús y la gente reza y solicita milagros y cosas por el estilo, supongo. El templo está controlado por seis diferentes tipos de cristianos, que se detestan (iba a poner odian) y se vigilan de cerca para que el otro no invada la parcela de iglesia perteneciente al otro en lo que constituye una muestra más de la concordia el amor y la compasión que caracteriza los cultos religiosos. A cada rato estalla una gresca por los motivos más insólitos.

Vuelvo a sentir el toque Disney, lo único que falta aquí es que en la puerta te reciba un muñeco de Jesús gigante.

Vago por allí un poco y me deprimo como de costumbre ante el espectáculo de la especie renunciando por temor a la muerte a todas las conquistas de la razón.

A la salida del lugar, cierro los ojos y alzo el rostro para que me de la luz del sol. Después, miro amorosamente a los soldados israelíes que están por todas partes asegurándose de que estos cristianos piadosos no se peleen y tengan la religión en paz y me digo que si alguien necesita alguna prueba de la grandeza de la democracia israelí sólo tiene que venir aquí.

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© Juan Abreu, 2006-2019