1971

Israel (3)

Lo primero que hay que decir del Monte de los Olivos es que hay muy pocos olivos. Tres o cuatro cuento por toda la ladera y el valle y hasta donde alcanza la vista. El Monte de las Tumbas sería un nombre más apropiado porque lo que sí que hay es un montón de tumbas. A los judíos les encanta que los entierren aquí (aunque por lo que veo no queda mucho espacio), porque precisamente en este lugar será donde comience lo de la resurrección de la carne y, lógicamente, quieren ser los primeros. No parece mala idea si uno cree en esas cosas, porque imaginen la cola que habrá.

La vista desde la cumbre del Monte de los Olivos es muy bonita. Enfrente se alza la ciudad amurallada y la Cúpula de la Roca destaca en el vaho del atardecer como una teta dorada. Mientras estamos allá arriba, llega un señor con un borriquito como el de Jesús, supongo, y los niños pueden subirse a él y hacerse una foto cual minijesucristos o algo así; por un precio, claro.

Desde el Monte de los Olivos, según se cuenta, Jesús ascendió al cielo. El taxista insiste en mostrarnos una de sus huellas (de Jesús, sí) que ha quedado impresa en una roca. Sólo la huella de un pie porque el otro, aclara el hombre, estaba en el aire pues Jesús ya había emprendido el vuelo. El taxista dice esto muy serio y se apoca un tanto cuando declinamos la oferta.

La huella. Un sólo pie. Alzaba el vuelo.

Ah, y que esta tomadura de pelo dure ya dos mil años.

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