1970

Israel (2)

Entramos en la ciudad amurallada por la Puerta de Jaffa. Detesto los lugares llamados sagrados como es lógico y voy algo incómodo. Lo de Dios apenas deja respirar y lo cubre todo con una mugre espesa. Huele almizclado bajo los tenderetes y de la piedra raída brota un sopor sumiso. Y está naturalmente el ambiente primitivo que rezuman estos lugares. Sin embargo, noto enseguida un aire Disney que llama mi atención. Toda Religión, bien mirado, es poco más que un parque de atracciones.

Superada la barrera de seguridad, salimos a la explanada y a lo que queda del templo de Salomón (dicen) y estamos frente al Muro de las Lamentaciones. Los dioses son misóginos y las mujeres tendrán que ir al otro lado de una valla, a un pedazo más pequeño y mal iluminado del Muro. Si Dios existiera sería un chocho como es evidente pero quién se lo dice a esta gente.

Yo no sólo considero pura gentuza a un Dios que discrimina a las mujeres sino también a sus seguidores, así que me quedo bajo el sol contemplando ese Muro por el que tanta sangre se ha derramado y aún se derramará. No me acerco. No lo toco. ¿Para qué? A saber que microbio o germen podría pegárseme. Los judíos ortodoxos rezan contra la pared embutidos en sus ridículos trajes y portando unos estrafalarios sombreros.

A la sombra de un portalito, varios muchachos hermosos con ametralladoras. Hace frío. Me siento en una silla de plástico y contemplo el desolador panorama. Es la apoteosis del pensamiento mágico indecentemente impuesto a la ciencia y a la civilización. Pasa un grupo de escolares, pasa un aullido tribal. Después, salimos a una terraza que domina el Valle de Cedrón.

Y entonces, a lo lejos, veo el Monte de los Olivos.

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© Juan Abreu, 2006-2019